(por Joaquín Leguina)
Antes de contestar a la pregunta de por qué la izquierda española se muestra reticente a expresar y defender una idea clara (política, cultural, sentimental…) de España, conviene que repasemos cómo se expresa hoy la ideología nacionalista de corte periférico. Lo haré sin recurrir a los grandes mitos y manipulaciones tradicionales, propias de estos nacionalismos, pero sí me atendré a la expresión inmediata, de hoy mismo, de esa ideología a través de un análisis cualitativo realizado por Helena Béjar(1), profesora titular de Sociología de la Universidad Complutense.
Veamos resumidamente las características del discurso nacionalista periférico detectadas por el estudio y no creo necesario tener que explicar el contenido mítico (cuando no directamente mentiroso) de un discurso que resulta ser –antes que cualquier otra cosa- profundamente reaccionario:
a) Esencialismo. “Cataluña es una identidad con raíces y lengua. Ello justifica la conciencia pueblo”. La lengua hace a quienes la usan miembros de una nación, no es un vehículo para la comunicación, es la expresión de la conciencia nacional. Aceptar el bilingüismo (en Cataluña, País Vasco o Galicia) sería aceptar la existencia de identidades complejas y el nacionalismo requiere de una comunidad homogénea, por eso detesta el bilingüismo.
b) Organicismo. La nación (Cataluña, País Vasco, Galicia) es un organismo vivo, personal, con un espíritu y un sentimiento propios e identificables.
c) Historicismo. La nación es el producto de una historia antigua cuya “cultura” maltratada se ha bruñido en largas guerras. “Los vascos somos el pueblo más antiguo de Europa”, “El pueblo vasco tiene siete mil años de Historia”, acaba de decir Ibarreche sin que le temblara la garganta al emitir semejante rebuzno).
d) Autenticidad. La versión moderna de este valor romántico es el diferencialismo. La diferencia respecto a los otros, como valor supremo frente a lo común.
e) Victimismo. Existe una injusticia histórica que ningún acto de expiación por parte de España podrá borrar. Por lo tanto, las demandas de los nacionalistas están condenadas a transformarse, pero no a saciarse. La necesidad de un enemigo, España, es la mayor constante en el ideario nacionalista.
f) El No-reconocimiento de España es la consecuencia de todo lo anterior. “España no existe”, “España no tiene nombre”, por eso se la moteja como Estado español, cuando no se la reduce a “Madrid”, el polo del poder transformado en enemigo, quienquiera que sea el que gobierne en ese lugar remoto y ajeno.
Una variante de esa falta de reconocimiento –muy significativo a propósito de lo que aquí estoy planteando- es lo siguiente: la visión que los nacionalistas periféricos tienen acerca del nacionalismo español al que ven, a la vez, como doliente (siempre quejándose de la pérdida de su antigua grandeza) y autoritario (franquista). De esta guisa, los periféricos consiguen colocar a los nacionalistas españoles entre la espada del franquismo y la pared de la negación o del silencio. En otras palabras: los nacionalistas periféricos plantean la paradoja de una nación, España, que si no se autoafirma demuestra su inexistencia y si se exhibe muestra su carácter autoritario (franquista). Ésta es, precisamente, la trampa en la que se halla presa una buena parte de la izquierda española. Ésa es la jaula cuyos barrotes es preciso romper, porque como escribe Helena Béjar, “la izquierda identifica descentralización con progresismo, mientras los nacionalismos periféricos convierten a España en una noción retórica”.
En el estudio ya citado, la investigadora no encuentra referencia al españolismo tradicional en ningún grupo de estudio, ninguna nostalgia parece existir del franquismo ni de la España centralista entre los encuestados, pero tampoco abundan (excepto entre aquéllos con un discurso intelectualmente elaborado y próximos al PP) los proclives a la defensa de una España como nación política y cultural, con una lengua, una historia y ascendencia comunes. Ahí, en este déficit, radica, a mi juicio, una gran debilidad: la que favorece la idea de unos nacionalismos, los de las naciones sin Estado, como “progresistas” para la izquierda bienpensante.
El Blog de Joaquín Leguina.
(1) Los discursos del nacionalismo en España. Claves de razón práctica. Nº 174. (Para el estudio se trabajó con 17 grupos de discusión en Madrid, Toledo, Barcelona y País Vasco).
Antes de contestar a la pregunta de por qué la izquierda española se muestra reticente a expresar y defender una idea clara (política, cultural, sentimental…) de España, conviene que repasemos cómo se expresa hoy la ideología nacionalista de corte periférico. Lo haré sin recurrir a los grandes mitos y manipulaciones tradicionales, propias de estos nacionalismos, pero sí me atendré a la expresión inmediata, de hoy mismo, de esa ideología a través de un análisis cualitativo realizado por Helena Béjar(1), profesora titular de Sociología de la Universidad Complutense.
Veamos resumidamente las características del discurso nacionalista periférico detectadas por el estudio y no creo necesario tener que explicar el contenido mítico (cuando no directamente mentiroso) de un discurso que resulta ser –antes que cualquier otra cosa- profundamente reaccionario:
a) Esencialismo. “Cataluña es una identidad con raíces y lengua. Ello justifica la conciencia pueblo”. La lengua hace a quienes la usan miembros de una nación, no es un vehículo para la comunicación, es la expresión de la conciencia nacional. Aceptar el bilingüismo (en Cataluña, País Vasco o Galicia) sería aceptar la existencia de identidades complejas y el nacionalismo requiere de una comunidad homogénea, por eso detesta el bilingüismo.
b) Organicismo. La nación (Cataluña, País Vasco, Galicia) es un organismo vivo, personal, con un espíritu y un sentimiento propios e identificables.
c) Historicismo. La nación es el producto de una historia antigua cuya “cultura” maltratada se ha bruñido en largas guerras. “Los vascos somos el pueblo más antiguo de Europa”, “El pueblo vasco tiene siete mil años de Historia”, acaba de decir Ibarreche sin que le temblara la garganta al emitir semejante rebuzno).
d) Autenticidad. La versión moderna de este valor romántico es el diferencialismo. La diferencia respecto a los otros, como valor supremo frente a lo común.
e) Victimismo. Existe una injusticia histórica que ningún acto de expiación por parte de España podrá borrar. Por lo tanto, las demandas de los nacionalistas están condenadas a transformarse, pero no a saciarse. La necesidad de un enemigo, España, es la mayor constante en el ideario nacionalista.
f) El No-reconocimiento de España es la consecuencia de todo lo anterior. “España no existe”, “España no tiene nombre”, por eso se la moteja como Estado español, cuando no se la reduce a “Madrid”, el polo del poder transformado en enemigo, quienquiera que sea el que gobierne en ese lugar remoto y ajeno.
Una variante de esa falta de reconocimiento –muy significativo a propósito de lo que aquí estoy planteando- es lo siguiente: la visión que los nacionalistas periféricos tienen acerca del nacionalismo español al que ven, a la vez, como doliente (siempre quejándose de la pérdida de su antigua grandeza) y autoritario (franquista). De esta guisa, los periféricos consiguen colocar a los nacionalistas españoles entre la espada del franquismo y la pared de la negación o del silencio. En otras palabras: los nacionalistas periféricos plantean la paradoja de una nación, España, que si no se autoafirma demuestra su inexistencia y si se exhibe muestra su carácter autoritario (franquista). Ésta es, precisamente, la trampa en la que se halla presa una buena parte de la izquierda española. Ésa es la jaula cuyos barrotes es preciso romper, porque como escribe Helena Béjar, “la izquierda identifica descentralización con progresismo, mientras los nacionalismos periféricos convierten a España en una noción retórica”.
En el estudio ya citado, la investigadora no encuentra referencia al españolismo tradicional en ningún grupo de estudio, ninguna nostalgia parece existir del franquismo ni de la España centralista entre los encuestados, pero tampoco abundan (excepto entre aquéllos con un discurso intelectualmente elaborado y próximos al PP) los proclives a la defensa de una España como nación política y cultural, con una lengua, una historia y ascendencia comunes. Ahí, en este déficit, radica, a mi juicio, una gran debilidad: la que favorece la idea de unos nacionalismos, los de las naciones sin Estado, como “progresistas” para la izquierda bienpensante.
El Blog de Joaquín Leguina.
(1) Los discursos del nacionalismo en España. Claves de razón práctica. Nº 174. (Para el estudio se trabajó con 17 grupos de discusión en Madrid, Toledo, Barcelona y País Vasco).
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