martes, 2 de diciembre de 2008

Por un nacionalismo español y democrático. (I)

Aunque disiento totalmente con la propuesta, situado como estoy en el convencimiento de que nuestro futuro, si ha de ser justo y democrático, se encuentra en el post-nacionalismo, transcribo el texto de Leguina, por su certero análisis de la situación.



Por un nacionalismo español y democrático. (I)

Joaquín Leguina

Ibarreche anuncia (con fecha y todo) un referéndum para que los vascos decidan si Euskadi se independiza de España (por cierto, no es normal que nadie le pregunte a este pavo qué votaría él en semejante referéndum). En la misma dirección navega, respecto a Cataluña, Carod Rovira, un líder que forma parte del Gobierno de la Generalidad, presidido por un sedicente socialista llamado José Montilla, nacido en la provincia de Córdoba, quien se niega a usar en público el español (siendo ésta la lengua materna de la inmensa mayoría de los ciudadanos catalanes). Para animar la cosa, unos cuantos radicales, amparados por ERC, el partido de Carod, se dedican a quemar fotografías del Rey (no porque ellos sean republicanos sino porque el Rey es un símbolo de España) y, mientras, en las Cortes, todos los grupos nacionalistas (catalanes, vascos, gallegos…) reclaman la existencia oficial y la participación en los campeonatos internacionales de selecciones deportivas de sus respectivos territorios (no para intentar ganar o para competir ellos con solvencia sino para que España no pinte nada en el concierto deportivo internacional). Y todos estos provocadores se dirigen a sociedades -como la vasca o la catalana- cuyos ciudadanos, en su inmensa mayoría, se sienten vascos (o catalanes) y, a la vez, españoles, a los que habría de sumarse la cantidad de aquellos que -en porcentaje nada despreciable- se sienten sólo españoles.

Me temo que en la Historia de España no se había producido antes un guirigay soberanista de la envergadura ruidosa a la que estamos asistiendo. La música nacionalista nos era conocida, y también nos era familiar la letra, pero la orquesta y los atambores nunca habían sonado con tanto estruendo. En cualquier caso, resulta sorprendente el espeso silencio que retumba en las respuestas que brillan por su ausencia y que cabía esperar de la otra parte, es decir, de los partidos de ámbito nacional y, también, de las instituciones regidas por ellos: empezando por el Gobierno de España y acabando en el más pequeño de los ayuntamientos. Algo ha pasado en este ruedo ibérico, conocido antaño como “reñidero español”, pues ahora sólo quiere reñir una de las partes en litigio. Por eso, a mi juicio, merece la pena analizar las causas de tanta prudencia y es preciso hacerlo, muy especialmente, respecto a la izquierda española.

Poco se podrá decir de IU a este respecto, pues cuenta entre sus filas con un genio político del tamaño de Javier Madrazo, que tiene como oficio (y beneficio) ejercer de tiralevitas de Juan José Ibarreche. Así que vayamos a lo que importa, es decir, al PSOE. La pregunta es sencilla: ¿Qué opinan los dirigentes e intelectuales “orgánicos” socialistas de este ruido independista? ¿Por qué escurren el bulto o se disfrazan de noviembre ante esos discursos infumables?

Para los tácticos –tan abundantes en las direcciones de los partidos y también en el PSOE- este asunto, el de ruido independentista, es cosa que se explica por la necesidad que los nacionalistas tienen -como la tienen los pavos reales- de mostrar sus más llamativos plumajes ante un electorado nacionalista en disputa: en Cataluña entre ERC y CiU y en el País Vasco entre PNV y EA, ambos también en liza con Batasuna, a quien es preciso arrebatar su actual electorado. Un electorado que estará, al parecer, destinado a la orfandad cuando ETA desaparezca.

Se trata, pues –según estos tácticos, tan optimistas-, de una lucha por los votos en campo cerrado, es decir, dentro del electorado nacionalista; lucha adobada en Cataluña con la disputa presupuestaria en pos de la loncha más gorda del jamón: el jamón de las inversiones públicas. Por eso –siempre según ellos- no merece la pena entrar al trapo, porque, además, estos muchachos tan gritones, en el fondo, son buenos chicos y siempre estarán dispuestos a echarnos una mano en nuestra misión histórica, que es la de aislar al PP y, de paso, formar aquí y acullá junto a estos goodfellas “gobiernos de progreso”, en Cataluña, en Galicia o donde se tercie (menos en Navarra, por razones tan obvias como inconfesables).

Empero, hay una pregunta elemental a la que nunca responderán “los tácticos” del socialismo reinante y es ésta: ¿para qué ha servido abrir el melón de los estatutos de Autonomía, empezando por el catalán? Porque habrá de reconocerse que si con ello, con la apertura de ese melón, se pretendía atemperar los ardores guerreros dentro de las filas nacionalistas, el resultado ha sido desastroso. Claro que también puede argüirse que la brillante operación territorial, la de los nuevos estatutos se ha hecho con la sola intención de hacer funcionar mejor el Estado… pero este último argumento, tan repetido -todos lo sabemos y ellos también- es más falso que un euro de madera.

En fin, vayamos más allá y escuchemos las razones de quienes con más solvencia intelectual que la de los mentados tácticos argumentan desde la izquierda a favor del silencio. Lo que dicen es que las aspiraciones, demandas y reivindicaciones nacionalistas “no están en la agenda política”, que a esas añosas aspiraciones ya dio respuesta cabal la Constitución de 1978, por ejemplo, en sus artículos 1 y 2 (“La soberanía nacional reside en el pueblo español” o “La constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española”) y también en otras muchas leyes vigentes. Esa Constitución –añaden- fue el producto de una voluntad común de convivencia y de un pacto político en el que todos renunciaron a sus aspiraciones máximas… y ellos, los nacionalistas, también. Y, por lo tanto, venir ahora con esas salidas de pata de banco no viene a cuento… y el resto, como en el Hamlet, es silencio.

Aun estando de acuerdo –y yo lo estoy- con la base central y constitucionalista de esta argumentación, no conviene cerrar los ojos, al menos a dos cosas:

1. Si por “agenda” se entiende el conjunto de cuestiones políticas que –por decirlo así- están en el candelero público, entonces habrá de reconocerse que quien maneja con más habilidad y éxito la agenda política en España son los nacionalistas y, lo que es más grave, son su argumentario y sus reivindicaciones los que se escuchan… y se escuchan sin una respuesta contundente, al menos, desde la izquierda.

2. Ellos, los nacionalistas periféricos, parecen tener una idea acerca de lo que son sus sedicentes “naciones”, mientras nosotros, los españoles de izquierda, que sí tenemos una idea de España, no la expresamos o la expresamos con la boca pequeña. ¿Por qué?

El Blog de Joaquín Leguina.


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