viernes, 21 de mayo de 2010

¿Más que un club? Examen de un relato persistente (I)

El mito de la sociedad civil catalana

Texto Enric Ucelay-Da Cal Catedrático de Historia Contemporánea. Universitat Pompeu Fabra


El concepto de sociedad civil ha condicionado toda la vida social y política catalana del siglo XX. Actualmente se insiste en los mismos tópicos sobre la excepcionalidad del fenómeno.

Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?
Título de una autodefinida "novela del donjuanismo", obra muy exitosa de 1930 del humorista madrileño Enrique Jardiel Poncela (1901-1952).

Vamos a explorar - o peor, revisar - un tópico repetido de manera incansable en los medios de comunicación barceloneses desde hace más de un siglo: la denominada "sociedad civil catalana". Tópico del que han hablado, y mucho, fuentes vulgarizadoras hispánicas de todo tipo. En todo el mundo, su existencia es axiomática. Su descripción, en cambio, destaca por la fragilidad o pobreza de los materiales y la escasez de los intentos. En consecuencia, nos vemos llamados a una tarea, llamemos forense, de comprobación. La primera pregunta es muy básica: ¿qué es, exactamente, una "sociedad civil", así, en general?

La respuesta evidente es que no se sabe. Nadie se pone de acuerdo, pero todos hablan de ello. Profundicemos, pues.

Una investigación rápida en la red sirve sólo para verificar la falta de acuerdo: si se teclea en el servidor Google, aparece de inmediato una entrada con al menos dieciséis definiciones listadas, ninguna de las cuales concuerda con las demás en lo que respecta a qué o a quién forma parte de ella o a qué o a quién no. Con razón, nada más comenzar, la página web de la entidad norteamericana Civil Society International observa, con cierta sorna, que: "La sociedad civil es un concepto inusual puesto que parece necesitar siempre ser definido antes de ser aplicado o comentado"; y atribuye semejante exigencia al exotismo del discurso estadounidense (2004; www.civilsoc.org/whatisCS.htm). El informe oficial de la Comisión Europea (o sea, de la UE) sobre la sociedad civil, que aspira a "ofrecer una visión concisa del marco de consulta y diálogo con la sociedad civil y otros partidos interesados de la Comisión", le dedicó varias páginas de densa prosa sociológico-burocrática no demasiado clarificadoras (http://ec.europa.eu/civil_society/apgen_en.htm). Mucho más densa todavía, en el peculiar lenguaje de los eurócratas, es la información oficialista ofrecida en http://www.idea.gov.uk/idk/core/page.do?pageId=1. El Carnegie Trust del Reino Unido (http://democracy.carnegieuktrust.org.uk), cuando se plantea directamente la pregunta: ¿qué es la sociedad civil?, responde que las muchas definiciones existentes pueden agruparse en tres categorías: la sociedad civil entendida como la vida asociativa, como la sociedad buena [the ‘good' society], y, finalmente, como "espacios de deliberación pública [arenas for public deliberation"]; un buen indicio de que el centro es probablemente un antro de habermasianos; además, casi al mismo tiempo que escribo esto, ha colgado, el 23 de octubre de 2007, unos informes sobre el futuro de la sociedad civil en el Reino Unido e Irlanda. Un poco más allá en el éter on-line, la Enciclopedia del Marxismo, del Marxist Internet Archive (MIA. Encyclopedia of Marxisme: Glossary of Terms; fuente británica, por la ortografía) vincula, por asociación, las voces "ciudadano" (Citizen, Citoyen, Bürger), "civilización" (Civilisation) y "sociedad civil" (Civil Society). Así, nos explica que, en el argot marxista, civilización alude "a la sociedad de clases, que se sitúa entre la sociedad tribal y la sociedad comunista sin clases del futuro". Además, indica que fue el ilustrado escocés James Boswell quien lo introdujo en el vocabulario de la lengua inglesa en el siglo XVIII, en contraposición a barbarie; no cita, sin embargo, la clásica vinculación germánica - mejor dicho, la yuxtaposición negativa - entre Zivilisation y Kultur. La Enciclopedia del Marxismo asegura que la expresión "sociedad civil" hace referencia "al sistema de relaciones sociales basado en la asociación de gente, independiente del Estado y la familia, que por primera vez apareció en Europa en el siglo XVII". Remacha el clavo aclarando que: "La sociedad civil se caracteriza por el trabajo ‘libre' y un mercado de bienes, por un sistema de aplicación de la ley y por la asociación voluntaria". La etimología conceptual - entre pensadores burgueses - va de Hobbes a Rousseau y culmina en Hegel. Hace alusión a la expresión alemana bürgerliche Gesellschaft, especificando que la definición correcta se encuentra en la carta de Engels a Marx del 23 de septiembre de 1852, pero no menciona el abundante uso germánico del adjetivo zivil, tomado del francés o del inglés, que indica juegos de interacción (http://www.marxists.org/glossary/terms).

Para ir resumiendo, podemos destacar que muchos citan como definición funcional el texto ofrecido por el Centre for Civil Society del London School of Economics (http://www.lse.ac.uk):

"La sociedad civil se refiere a la palestra [arena] de acción colectiva no forzada en torno a intereses, propósitos y valores compartidos. En teoría, sus formas institucionales son diversas de las del Estado, la familia o el mercado, si bien, en la práctica, los límites entre Estado, sociedad civil, familia y mercado son a menudo complejos, borrados o negociados. La sociedad civil, de forma común, abarca una diversidad de espacios, actores y formas institucionales que varían en su grado de formalidad, autonomía y poder. Las sociedades civiles se encuentran con frecuencia pobladas por organizaciones como las de caridad, oficialmente reconocidas, ONG para el desarrollo, organizaciones de mujeres, entidades fundamentadas en la religión, asociaciones profesionales o empresariales, sindicatos, grupos de autoayuda, movimientos sociales, grupos y coaliciones que defienden alguna cuestión en concreto [coalitions and advocacy groups]."


Un glosario: definiciones de andar por casa

Repasemos las ideas. La expresión "sociedad civil" no aparece en los diccionarios, si bien es antigua y de uso habitual: inicialmente, en el siglo XVII, significaba "el conjunto de la cosa pública" (como en la obra de Adam Ferguson, Assaig sobre la història de la societat civil, 1767; traducción Península), pero con la progresiva definición del ámbito estatal y de la representatividad parlamentaria a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII, pasó a significar - especialmente del siglo XIX en adelante - el grueso de activos sociales organizados en cualquier ámbito privado fuera del control público, entendido éste como estatal. Así, la sociedad civil englobaría todas las actividades privadas de la sociedad: empresas económicas o financieras, comercio al por mayor y al detalle, asociaciones corporativas o de defensa colectiva, entidades políticas, agrupaciones culturales, organismos de protección mutua, y así sucesivamente. Es posible relacionarlo con la aplicación del Derecho mercantil, que utiliza el término para definir cualquier entidad (sociedad) que se puede constituir sin una forma especial, excepto en el supuesto de que se aporten inmuebles, en cuyo caso se distingue entre sociedades civiles particulares o universales.

El antónimo de "sociedad civil" sería "poder público". Tampoco aparece en los diccionarios, si bien es un término antiguo y de uso habitual. Dado el debate existente entre los historiadores del Derecho, con respecto a si se puede hablar de Estado antes del siglo XIX, he preferido hablar de poder, entendido como público, en especial cuando me refiero a las formas iniciales de representación, por ser un término genérico de mayor antigüedad que cualquier discutida noción de estatalidad. Por tanto, sería lo contrario de sociedad civil.

Frente a los contrarios confrontados - sociedad civil y poder público -, se erigiría una opción sintética, de encuentro:

"cultura cívica", noción acuñada por los politólogos norteamericanos Gabriel Almond y Sidney Verba en su obra La cultura cívica (1963). Recogemos algunas citas para resumir su argumento:

"La cultura democrática o cívica surgió como un modo de cambio cultural ‘económico' y humano. Sigue un ritmo lento y ‘busca el común denominador'. El desarrollo de la cultura cívica en Inglaterra puede ser entendido como el resultado de una serie de choques entre modernización y tradicionalismo, choques con la suficiente violencia como para producir cambios significativos, pero, sin embargo, no tan fuertes o concentrados en el tiempo como para causar desintegración o polarización. [...] Nació así una tercera cultura, ni tradicional ni moderna, pero que participaba de ambas; una cultura pluralista, basada en la comunicación y la persuasión, una cultura de consenso y diversidad, una cultura que permitía el cambio, pero que también lo moderaba. Ésta fue la cultura cívica. Una vez consolidada dicha cultura cívica, las clases trabajadoras podían entrar en el juego político y, a través de un proceso de tanteos, encontrar el lenguaje adecuado para presentar sus demandas y los medios para hacerlas efectivas." (Almond & Verba, La cultura cívica, Madrid, 1970, pp. 23-24).

No es necesario decir que el espacio de continuidad moral apuntado por Almond y Verba no resulta tan original como ellos pretendían. Para comenzar, tenemos la idea de civismo, procedente de la Revolución Francesa (neologismo a partir del latino cives, ciudadano), que indica el conjunto de principios o ideales de la buena ciudadanía. Según el Diccionari de la llengua catalana del Institut d'Estudis Catalans, consistiría en "celo por los intereses y las instituciones de la patria". En inglés, especialmente en Estados Unidos, Civics sería la rama de la ciencia política que trata de los asuntos públicos y de los deberes y derechos de la ciudadanía. Así pues, si el civismo fuese el comportamiento ciudadano, quedan por especificar sus derechos, derechos civiles, de origen norteamericano como civil rights, expresión surgida a raíz de la guerra civil de 1861-1865 para referirse a los derechos garantizados al individuo por las enmiendas 13ª y 14ª a la Constitución de Estados Unidos y por otras leyes aprobadas por el Congreso estadounidense en la misma línea, que se refieren especialmente a la abolición de la servidumbre involuntaria y al tratamiento igualitario respecto a "la vida, la libertad y la propiedad, bajo la protección de la ley", según la fórmula habitual.

También en la primera mitad del siglo XIX, el pensador francés Auguste Comte imaginó un pensamiento positivo, o positivismo, de gran impacto en los países de habla ibérica. En su esquema, las creencias antiguas serían superadas por una religión cívica, que concretamente se denominaría "sociología". Bien mirado, fue una evocación no demasiado alejada de lo que, un siglo más tarde, sería la función del pensamiento marxista-leninista en los sistemas comunistas, hoy en día, por lo general, de capa caída. En el presente, "religión cívica" no pasa de ser un tecnicismo utilizado por los historiadores del republicanismo para describir las liturgias, festividades, pasos y otras expresiones de veneración a un culto a la razón o al racionalismo, con un sentido explícito anticlerical. Se emplea desde la Revolución Francesa, a partir del intento jacobino de establecer una devoción revolucionaria a la diosa de la Razón en sustitución del catolicismo, definido éste como contrarrevolucionario. A lo largo del siglo XIX, el ejercicio de una religión cívica se convirtió en una característica de la izquierda radical democrática y del obrerismo, con expresiones de fidelidad a una tradición revolucionaria o al predominio del poder público progresista - es decir, idealmente, en manos revolucionarias - sobre formas reaccionarias de religiosidad, supuestamente opuestas al progreso.

Más allá de la mera subjetividad ciudadana, de la cultura cívica o el civismo, hay otro componente del buen comportamiento: la falta de corrupción y, por tanto, la eficacia de los servicios públicos. El "servicio civil" - del inglés civil service - fue originariamente una expresión británica, que se extendió luego a Estados Unidos, para caracterizar al personal no militar de la administración pública (o, más estrictamente a los que no forman parte no ya de la marina o el ejército, sino tampoco del cuerpo de legisladores ni de la judicatura); contrasta, por su tono, con el galicismo negativo "burocracia". La palabra tiene su origen en los administradores no militares de la Compañía de las Indias Orientales británica. La implicación de civil service sería la meritocracia (del inglés merit system), ya que, desde la segunda mitad del siglo XIX, se supone que las plazas se ganan mediante exámenes públicos y no por favoritismo o nepotismo.

Desde este punto de vista, los servicios empresariales, aunque son meramente privados, tendrían el mismo criterio de mérito, ya que, con un enfoque derivado de Bentham y el utilitarismo, se supone que las "fuerzas del mercado" impondrían "el mejor beneficio para el mayor número", en la medida en que el tratamiento de calidad inferior que supusiese el mismo coste que el superior resultaría expulsado del mercado. Sería bueno, si así fuese.

Para hacer un balance, podemos constatar que la noción de "sociedad civil" fue menospreciada en los largos años de estatolatría - la adoración del Estado como impulso decisivo de todo - que dominaron el siglo XX. Así fue, al menos, hasta que el abrupto giro político de Thatcher (primera ministra británica, 1979-1990) y Reagan (presidente norteamericano, 1981-1989) y la correspondiente respuesta aperturista de Gorbachov (dirigente soviético, 1985-1991), al abandonar la expansión del Estado asistencial o Welfare State tal como se había desarrollado desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, edificado sobre los fundamentos del frentepopulismo (y, aunque nadie lo admitiera, también del fascismo), o, en otras palabras, el bagaje conceptual de entreguerras (1919-1939), las lecciones de la Primera Gran Guerra (1914- 1918) y de la Gran Depresión (1929-1939). El cambio de los criterios de los años ochenta fue incontenible, como acabó por demostrar el colapso de la Unión Soviética, entre 1989 y 1991 y, por extensión, del movimiento comunista internacional después de 1992. Y semejante cambio supuso la nueva revalorización internacional de la expresión "sociedad civil".

El cambio de los años ochenta significaba apartarse del protagonismo del Estado en el desarrollo de los recursos y, por extensión, de la relación entre mejores servicios públicos y ascenso social mediante plazas burocráticas, que se justificaba por su intención de hacer llegar el bienestar a los ámbitos sociales especialmente pobres más allá de los intereses de cualquier inversor de mercado; una acción estatal realizada a expensas de cualquier ámbito que se interpusiera en su camino (como la sociedad civil en cualquiera de sus definiciones). La estatolatría (adoración del Estado, un término de la sociología católica) reveló de una forma palmaria su concomitancia con el intervencionismo estatal: se puede ver en la supuesta frase de Lenin en la que afirmaba que "socialismo más electrificación equivale a comunismo", pero también en el eslogan de Mussolini que exigía "todo dentro del Estado, nada fuera del Estado". Es lo que se denomina, con cierto sentido paródico, High Modernity, la alta modernidad (véase James C. Scott, Seeing Like a State, 1998). Ya se intuía que se tendía hacia una "sociedad postindustrial" (Daniel Bell y Alain Touraine), es más, que los parámetros ideológicos de entreguerras no se mantendrían para siempre (de nuevo Bell, en su primer gran trabajo titulado The End of Ideology [1960], copiado en España por Gonzalo Fernández de la Mora).

Continúa...

Fuente: Barcelona Metrópolis